Las normas de la locura by Diego González-Segura

Las normas de la locura by Diego González-Segura

autor:Diego González-Segura [González-Segura, Diego]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-28T00:00:00+00:00


Ninguna estupidez

Alejandro siguió al inspector Pregones hasta un pequeño despacho del hospital repleto de archivadores y libros. Las paredes estaban decoradas con los pósters presentados por el servicio médico en los últimos congresos. Estaban llenos de tablas y gráficos con largos títulos en inglés, que a Alejandro le parecieron indescifrables. Se acomodaron en torno a una mesa atestada de papeles, con un antiguo ordenador en el centro.

—¿Está cómodo? —preguntó el inspector—. ¿Quiere un vaso de agua?

—Estoy bien, gracias —murmuró Alejandro con la vista clavada en sus manos.

—Bien, puede comenzar contándome más sobre su enfermedad —sugirió el policía—. Usted también sufre alucinaciones, ¿verdad?

—Sí, aunque no es una enfermedad…

—Bueno, lo que le ocurre, hábleme de lo que le ocurre —dijo Pregones con impaciencia.

—Tengo problemas para diferenciar los sueños de la realidad, lo que sueño se integra en mis recuerdos como si realmente hubiese ocurrido. —Alejandro hablaba con tono monocorde—. La única forma que tengo para reconocer la diferencia es clavándome una lanceta aquí, en el hombro —dijo, señalándose la venda.

—¿Eso se lo hizo con una lanceta? —El inspector Pregones arqueó las cejas.

—No, me lo hice con un tenedor, no tenía la lanceta a mano.

—Ya veo —dijo el policía sin dejar de arquear las cejas—. ¿Puso usted la tarántula en la cama de la señorita García?

Alejandro alzó los ojos y se encontró con la penetrante mirada del policía. Volvió a bajarlos.

—Por supuesto que no, jamás le haría daño.

—¿Había alguien más con ustedes en el piso?

—No, solo nosotros dos.

—Y fue usted el que llamó a urgencias, ¿no es así?

Alejandro asintió en silencio.

—¿Mantiene relaciones sexuales con la señorita García?

—Bueno, yo…, solo hemos estado… —Alejandro sintió que sus mejillas ardían.

—Mire, a mí me da igual. Solo quiero saber si, llegado el momento, no haría usted ninguna estupidez.

Alejandro volvió a levantar la vista.

—¿A qué se refiere? ¿Una estupidez como qué?

—Una estupidez como permitir que la señorita García hiciera algo que no fuese correcto y usted la defendiese o la encubriese. Este tipo de estupideces.

—Pero Laura no es culpable de nada, es inocente —murmuró Alejandro.

—Eso usted no lo sabe.

Alejandro levantó la mirada buscando en los ojos del policía algún indicio de humanidad. No lo encontró. Se quedó en silencio unos segundos.

—Nunca haré nada que la perjudique —dijo por fin.

—Como quiera. Pero yo que usted me andaría con cuidado, las cosas podrían acabar muy mal para usted.

—¿Mal para mí? —dijo Alejandro entornando los ojos—. ¿Me está usted amenazando?

—No, no lo estoy amenazando —dijo el inspector enseñando las palmas de sus manos—. Más bien lo estoy previniendo. No quiero que en su afán de proteger a su amiguita tenga que pagar el pato.

—No haré nada que la perjudique —repitió Alejandro en voz baja.

—Me parece bien, pero insisto: no cometa usted ninguna estupidez —dijo el policía poniéndose de pie y dando por acabada la conversación.



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